No se puede realizar un análisis de las elecciones vascas del pasado domingo sin hacer mención a su vicio de origen: la ilegalización de las candidaturas de la izquierda abertzale es, de entrada, un pucherazo escandaloso. El carácter antidemocrático de la Ley de Partidos no es una ocurrencia mía, sino una evidencia de la que la misma ONU ha advertido en varias ocasiones. Ha llegado un punto en el que, en esta España de pandereta, todo nos parece normal -y sé que para muchos decir esto es como sacarse un moco en público-, pero todavía no entiendo que, en un supuesto Estado de Derecho, se encarcele a determinadas personas por el simple hecho de querer presentarse a unos comicios. En Euskadi hay un conflicto muy serio, y no creo que la solución pase por amordazar a las fuerzas políticas que pueden avanzar en su resolución por la vía democrática.
Pero el chiste es más largo. Según parece, el Parlamento vasco tendrá un Lehendakari pesoísta (me niego a llamar socialista a un miembro del PSOE) por primera vez en 30 años. No es que el PSE haya ganado las elecciones, ni mucho menos. Patxi López logró 24 escaños, 6 menos que el partido más votado, el PNV. Pero todo indica que los pesoístas formarán coalición con el PP y UPyD, alcanzando los 38 escaños que otorgan la mayoría absoluta. El argumento de derrocar el «nacionalismo» es absolutamente esperpéntico. Lejos de mí el defender a un partido católico de derechas como es el PNV, pero hay que reconocer que el nuevo gobierno que va a suplantar al de Juan José Ibarretxe no tiene nada que envidiarle en lo que a nacionalismo se refiere. A nadie se le escapa que el españolismo exacerbado es la punta de lanza del PP, y no digamos ya del partido de Rosa Díez. Por tanto, no hay que ser un genio para deducir que el deseo de Patxi López de alinearse contranatura con estos dos grupos derechistas sólo puede obedecer a un patriotismo español desmedido.
Una vez confirmada la toma del poder por parte del Frente Nacional Español, es necesario reflexionar sobre la legitimidad de su victoria democrática. En primer lugar, volvamos a la ilegalización de las listas de D3M. La izquierda abertzale llamó a sus votantes a votar nulo, para poder así contabilizar sus apoyos aunque fuese extraoficialmente. 101.000 de ellos así lo hicieron. La proyección de estos votos sería de nada menos que 7 escaños, lo que modificaría sensiblemente la composición del Parlamento vasco y privaría a los partidos españolistas de la mayoría absoluta. Pero, para terminar de despejar las dudas, basta con echar un ojo al registro de los datos electorales:
– PSE: 315.893
– PP: 144.944
– UPyD: 22.002
– PNV: 396.557
– Eusko Alkartasuna: 37.820
– Aralar: 62.214
– Ezker Batua: 36.134
– D3M (voto nulo): 100.924
* Votos del Frente Nacional Español: 315.893 + 144.944 + 22.002 = 482.839
* Votos no-españolistas: 396.557 + 37.820 + 62.214 + 36.134 + 100.924 = 633.649
Así pues, nos encontramos ante un frente españolista deliberada y artificialmente creado para la ocasión que se dispone a gobernar a una sociedad abiertamente no-españolista. Ojalá me equivoque (hay que puntualizar, porque en este país te llaman pro-etarra a la mínima), pero el juego sucio del PSOE-PP, la crispación general ante semejante fraude y el gatillo fácil de ese grupúsculo terrorista que es ETA pueden convertir Euskadi en una auténtica bomba de relojería. Y nunca mejor dicho.